viernes, 21 de julio de 2017

Contraindicaciones de la Resiliencia

Una de las trampas más grandes y peligrosas de la resiliencia es adoptarla como un “lugar al cual llegar... Siempre”.

Si durante mucho tiempo nos han educado para superar obstáculos, para no dejarnos abatir, para triunfar ante la adversidad, para ver las crisis como oportunidades para el crecimiento y fortalecernos, ¡Para triunfar!, tarde que temprano eso nos cobra la factura.

Vaya, hasta los árboles que crecen desproporcionadamente con respecto a sus raíces, a sus bases, terminan siendo derrotados por su propio peso.

La resiliencia no es un proceso de crecimiento sólo hacia afuera sino, sobre todo, desde adentro, desde el ser. Y el vivir en una sociedad que, desde el consumismo y el machismo, nos enseña que superar la adversidad muchas veces es superar a otras y otros, aunado a una casi compulsión a "salir adelante", se vuelve un terreno muy resbaladizo.

Esto me pasó sin darme cuenta, hasta que me hicieron notarlo estrepitosamente.

Durante mucho tiempo luché contra adversidades económicas, contra la apatía (o desesperanza) generalizada ante las problemáticas sociales. En mi afán por luchar, por salir adelante, por crecer, aproveché cada oportunidad para ello, para fortalecer colectivos, para institucionalizar esfuerzos, para generar empleos, para salir de las situaciones de exclusión, desempleo, falta de reconocimiento... para resilier, según yo.

Lo que no me di cuenta es que, en muchas ocasiones, cuando alguna persona opinaba distinto (aunque no necesariamente contrario) a mí, que ponía algunos altos en mi camino o que yo vivía como exigencias a caminar por donde yo no quería, lo interpreté como obstáculo a superar... y luché, tenazmente, para dar el salto, la vuelta, el crecimiento.

Hubo un momento en mi vida, en mi carrera profesional, que varias personas hicieron denuncias en redes sociales por estas cosas que hice en mi ciego afán por salir adelante e impulsar a otras y otros a que lo hicieran; por omisiones o malos tratos que recibieron de mi parte y, como fuego en terreno seco, se esparció incendiando muchas áreas de mi vida, de mis afectos. Señalando en conjunto muchas faltas a lo largo del tiempo que yo creía batallas bien libradas.

Fue una muy dolorosa lección.

En un momento en el que yo, de manera libre y autónoma, había decidido ya hacer una pausa para hacer tierra y re evaluar mi andar para no cometer muchos errores que ya había identificado en mí, para no caer en juegos que criticaba en el exterior, cuando yo creía que lo tenía claro, vino esta oleada de denuncias.

Fue un caos.

La consternación, el dolor de ver cuánto dolor se había generado por varias acciones mías, la frustración de ver cómo tantas áreas de mi vida, afectos y trayectoria eran atacadas como denuncia a mis machismos, me derribó.

No me toca justificar lo que me llevó a relacionarme de formas tóxicas y dañinas con cada una de las personas. Ni me toca dar mi versión de los hechos para, según yo, contextualizar la razón de mis acciones o reacciones más allá de lo ya hecho.

Escuché.
Leí.
Me dolió el dolor vertido.
Me disculpé. Intenté resarcir el daño hasta donde me fuera posible o permitido.
Callé cuando vi no había algo más quehacer para mejorar las relaciones y sanar el daño.

Hice  muchas cosas, aún antes de este episodio, y sé que aún hay cosas por hacer para sanar aquello donde ya hay una profunda cicatriz. Aún hoy me disculpo y sigo aprendiendo.


También sé que muchas de las cosas necesarias para sanar no están a mi alcance o que, incluso, algunas cosas lo mejor es poner distancia, no por cobardía, sino por común acuerdo. Tácito y Explícito.

Lo que sí he podido reflexionar tras viajes, meditaciones profundas, terapias, ejercicios, lecturas, introspecciones, rituales y cuantas herramientas he podido hacerme para comprender, para comprender a fondo y no sólo dar la vuelta a la página “rehaciéndome” en una simulación o superficialidad, es esto que quiero compartirte:

En ocasiones interpretamos el exterior (personas, comentarios, situaciones, divergencias) como un obstáculo a vencer o una oportunidad para cambiar. Como un reto a superar. Tanto por heridas en nuestra historia de vida como por obediencia a discursos de éxito y "áreas de oportunidad".

Y, sin darnos cuenta, en muchas ocasiones, reaccionamos desde ese lugar, de miedo, de búsqueda de supervivencia, desde ese cerebro reptiliano que nos muestra dónde hay peligro y reacciona,  diseñado para hacernos sobrevivir y, durante mucho tiempo, seguro nos ha sido útil...

Pero lo que un día necesitaste para sobrevivir, en otras ocasiones te podrá llevar a un mayor riesgo; para ti o para las personas  a tu alrededor. Me ha pasado y, a veces, aún me sigue pasando.

Ahora identifico que, en muchas ocasiones me he sentido presionado por lo externo y, desde el miedo inconsciente o la búsqueda consciente de la resiliencia o el control de las situaciones que entendí como amenazantes, hice lo que pude ver a mi alcance para salir adelante, “triunfante”.

 Muchas veces, sin hacer la pausa necesaria para, desde la compasión, ver realmente qué era lo que yo necesitaba, lo que las personas necesitaban, y tal vez dar oportunidad a no-resilier... a sólo estar, a dar unos pasos atrás, a comunicarnos desde otros lugares, más amables, más fluidos, más compasivos y bondadosos.

No solamente fuertes y tenaces, certeros y esperanzadores.

No se puede cortar una rama con la “esperanza” de que no le duela mucho. Y es necesario asumir las consecuencias de esas decisiones.

A veces, la resiliencia es también una trampa.
Un cautiverio.
Si no tenemos cuidado, podemos llegar a creer que todo está ahí para ser superado, para triunfar ante ello, así como los ideales de competición del consumismo y el capitalismo. Del machismo.

A veces, nos entrampamos en la idea de que la resiliencia es hacernos más fuertes. Y convertimos un conflicto en una afrenta, en una oportunidad de demostrar que no nos dejaremos vencer, que la tenacidad es lo que nos caracteriza para alcanzar las metas, que no permitiremos un sólo fracaso más y que, como en el machismo, si es necesario poseer o destruir algo o alguien por demostrar ese poderío, lo haremos... y después lo justificaremos como parte de un proceso o de la “selección natural” entre quienes se esfuerzan y quienes no lo hacen.

Sí, a veces puede llegar a ser una trampa, cuando la resiliencia se comprende como la obligación de salir adelante, en lugar de comprender la resiliencia como el proceso que nos permite conocernos más a fondo y decidir de manera más consciente que herramientas usar ante cada adversidad; incluyendo, eso sí, la bondad, la compasión, la alegría y la ecuanimidad. La Ama-Habilidad.

Reconociendo que el árbol no busca vencer al invierno, sino hacer una pausa en su crecimiento hacia afuera y buscar su nutrición interna.

Sabiendo que, como dicta una de las máximas del Tai Chi, para ir adelante hay que ir primero para atrás; que para ir a la izquierda hay que ir primero a la derecha.

Nada en este planeta crece de manera unidireccional, recta.

Hay múltiples aristas y caminos, y la resiliencia no tiene por qué ser la excepción.

A veces, trascender es reconocer nuestra inmanencia.

Ser fuertes es reconocernos débiles.

Triunfar es aceptar que no tenemos que ganarlo todo y a toda costa.

Que no se pierde por renunciar.

Boris Cyrulnik, en su libro El murmullo de los fantasmas, sentencia: La resiliencia no es la receta para la felicidad, sino una estrategia para arrancarle placer y vida a las desdichas y la adversidad, el proceso que nos permite superar el trauma y darle un nuevo significado, un sentido, siempre con el apoyo de vínculos que se nutren y fortalecen en el devenir, “pese al murmullo de los fantasmas que aún percibe en el fondo de su memoria” (p. 25).

Pero, si la resiliencia personal va destruyendo vínculos sociales, o estableciendo relaciones superficiales y sólo de competencia, es momento de hacer una pausa.

Tal vez es momento de dejar de crecer.

Dejar de resilier porque no todo es un obstáculo, y comenzar a fluir, a aceptar, y a agradecer, sin la furia de la lucha sino con la magia de la aceptación.

Nada es permanente.

Esta idea del éxito y la invulnerabilidad, el coleccionar y ostentar logros y triunfos, es del Ego.

Es crecer el árbol y sus ramas sin que las raíces puedan sostenerle y, si nos pasa como en aquel Proverbio Árabe que nos dice que el árbol con más frutos es al que se le tiran más piedras, tengamos la certeza de que nuestras raíces puedan sostener esas sacudidas o, mejor aún, compartamos los frutos de manera libre, para que nadie se sienta con la necesidad de apedrearnos.

Todas y todos estamos aquí para sanar y, hacerlo de la manera más consciente, amorosa y responsable nos lo hará no sólo más fácil, sino menos dañino en mejor sintonía con la común-unidad.

Con el inter-ser.

A mí me toca hacerlo.
Lo asumo y aprendo de ello.



Lo Siento.

Perdón.

Te Amo.

Gracias.